La variante Delta del SARS-CoV2 aprovechó que un sistema inmunitario comprometido reduce la efectividad de la vacuna, en parte esto fue lo que la hizo reemplazar rápidamente a las anteriores. Y algo similar sucede con Ómicron. Con la diferencia de que es aun más efectiva en transmitirse, y de que causa menos síntomas que Delta.
Lo curioso es que esta sitación ya se conocía desde antes de Delta. De hecho desde antes de la pandemia: en las personas inmunomoetabólicamente comprometidas, las vacunas son menos efectivas. Pero, en lugar de tratar de hacer algo al respecto desde el principio, los sistemas de salud y los medios se dedicaron a enfocarse en la vacuna. Y después en los refuerzos de la vacuna.
Y más de dos años después, apenas se está considerando promover que la población sea un poco más metabólicamente saludable.
En Cuídate Hoy lo explicamos desde el principio de la pandemia de una forma u otra, pero aquí va de nuevo. La clave de la situación en la que seguimos es la mezcla de dos circunstancias: el virus se adapta más rápido que lo que el mundo se puede vacunar, y la población de muchos países no cuenta con un sistema inmunitario eficiente debido a disfunción metabólica.
De modo que, aun con la vacuna, las personas se vuelven a infectar debido a la población que no se ha vacunado, y debido a que muchas de las personas vacunadas cuentan con problemas metabólicos, vuelven a sufrir de síntomas moderados o graves de la reinfección.
En palabras más simples, la vacuna es útil pero el problema sigue siendo el mismo: una persona con un metabolismo no saludable corre mucho más riesgo de infecciones y de severidad de estas en comparación con una persona saludable. Inclusive aunque haya sido vacunada.
Y no es para ser trágicos o sensacionalistas, pero analizando las estadísticas nos damos cuenta de que la mayoría de la población no es metabólicamente saludable como para contar con un sistema inmunitario efectivo.
A pesar de que la falta de efectividad de vacunas como la que se administra contra la influenza común en personas metabólicamente enfermas no es nada nuevo, y esa era evidencia suficiente, a dos años del inicio de la pandemia de COVID-19 ya tenemos evidencia específicamente de la relación entre un organismo inmunocomprometido y la efectividad de las vacunas contra SARS-CoV2.
El problema es que sigue siendo un tema que no se trata oficialmente con la debida importancia y no se le da su debida difusión. En parte porque la solución de corto plazo es la vacuna, y en parte porque la política que mueve los sistema de salud se preocupa primero precisamente por el corto plazo.
Sin embargo, seguimos con el enfoque en las vacunas y sin centrarnos en la solución de largo plazo, cuando desde el principio se sabía que:
Ahora, inclusive algunos médicos expertos que han sido promotores de las vacunas y enfocado sus temas desde el punto de vista tradicional y rara vez desde un punto de vista preventivo, se preguntan si las vacunas funcionan en realidad para deshacernos de la epidemia.
Y se lo preguntan precisamente porque reconocen que un gran porcentaje de la población no es saludable, en quienes las vacunas no funcionan igual, y menos en caso de variantes más contagiosas o virulentas como Delta, y ahora Omicron. Y luego puede ser otra.
Lo que se debieron preguntar desde hace mucho, y entrar en el tema preventivo para mejorar la salud inmunitaria de la población y no solamente promover que la gente se vacune.
Porque la evidencia siempre ha existido. Pero por una razón u otra, el sistema de salud sigue enfocándose en soluciones de corto plazo, y dejando de lado los temas que promueven la salud pública de largo plazo.
De hecho, un estudio de Octubre de 2020, que utilizó inteligencia artificial para analizar el riesgo de COVID19 de más de 500 mil pacientes estadounidenses del sistema Medicare confirmados de la infección entre el 1 de abril y el 31 de agosto de ese año, encontró que los primeras comorbilidades factores de riesgo fueron la anemia drepanocítica (una enfermedad rara), la disfunción renal crónica, las leucemias y los linfomas, la falla cardiaca y la diabetes, en ese orden. Además encontró que los pacientes hispanos tienen 74% mayor riesgo de mortalidad independientemente de comorbilidades.
El estudio no ha podido ser publicado en una revista especializada en parte porque a opinión de uno de sus principales autores, no se alinea con lo que se ha promovido oficialmente sobre la pandemia, además de por considerarse políticamente incorrecto. Y el investigador no es un experto desconocido ni mucho menos, es el Dr. Martin Makary, editor en jefe de MedPage Today y profesor de Cirugía de la Johns Hopkins University.
En conclusión, este estudio de finales del 2020 es solo un ejemplo más de que la pandemia es problema porque ya tenemos otro problema previo: las enfermedades crónicas. Pero el enfoque de las medidas de salud pública siguen considerando solamente el corto plazo. Posiblemente porque quienes toman las decisiones creen que destinar más esfuerzos a reparar el daño de fondo es algo que no mostrará resultados en menos de 3 o 6 años.
Pero ya vamos para tres años de pandemia. Tiempo más que suficiente para que la promoción y fomento del mejoramiento de la salud metabólica de la población haya surtido efectos.
Este es un tema que no debería de ser polémico, y que más personas y tomadores de decisiones deberían entender, pero ¿que opinas al respecto?
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